viernes, 30 de noviembre de 2012

La esperanza de un México mejor

Pero el pretender ser comunicador no obedece –solamente– a cuestionar, criticar y desvalorizar cada uno de los temas noticiosos políticos o de otra índole, sino en esa inercia, el informante sea capaz de crear una opinión constructiva que permita acrecentar la cosecha de las ideas y las acciones públicas, porque una vez que se da decido a externar la problemática desde su respetable punto de vista al orden público, de esa magnitud se deberá externar la solución.

Y es precisamente por este motivo, que en cada uno de mis anteriores –y posteriores–  artículos expongo una posible solución que con probabilidad habrá de superar el obstáculo –o por lo menos mitigarlo-. Por suerte, en esta ocasión el tema que abordo no concierne a una problemática en cuestión, sino por lo contrario, a una oportunidad de crecimiento económico y en consecuencia de mejora a la calidad de vida de los mexicanos.

Tal si pareciera lejana (por lo menos) la afirmación, debemos de agradecer a nuestro sistema electoral que hizo posible la tan necesaria alternancia presidencial. El pueblo de México estaba ya cansado de un gobierno de doce años, secuestrado por la tecnocracia, que prometió un cambio radical –y cumplió pero para mal–,  un gobierno que instauro sus propia leyes de beneficio burgués y desprecio en muchas ocasiones el sentir popular. Del sexenio del “cambio” –donde en palabras de Fox, habria que; “cambiar de raíz sin cambiar las raíces”–, al sexenio de la “salud”, del que paradójicamente existieron muchas más muertes.

Vimos tan rápido como una estela de luz –o una bala de alto calibre– estos últimos doce años de gobiernos panistas, como si en cuestión de segundos un experto y amañado delincuente fuera saqueado nuestros bienes, y aún perplejos, asimilemos lo deplorable de nuestra situación. Porque empezamos mal y terminamos peor.

Afortunadamente, quedamos con nuestro último y mayor bien; el del voto. Y en el retorno plasmamos fortalecidos la exigencia común; terminar con esa tiranía de doce años y dar paso a nueva forma de gobernar y de hacer política. Nuestro próximo presidente respaldado por la mayoría de los votantes abre un panorama alentador para el futuro de México, de mayor consenso social, de constante negociación con los grupos políticos, fortalecido desde su cúpula por mexicanos con un nuevo rostro y fresca mentalidad.

Solo así se podrá "descongelar" las reformas tan imperantes para el desarrollo económico y social: una reforma hacendaria o fiscal de menos tecnicismos y de mayor eficacia para la recaudación, que permita consolidar la economía gubernamental y en lo sucesivo incentive la inversión pública. Una reforma política de verdadera representación ciudadana, donde el número de diputados y senadores solo sea el indispensable. Y la más importante; una reforma energética que enfatice la necesidad de cambiar el régimen improductivo de Petróleos Mexicanos, una empresa paraestatal sin solvencia que ante la falta de capacidad para la exploración y extracción de crudo, sea inevitable la intervención del capital privado, que cumpla con las exigencias de producción, eficiente los recursos, genere empleos, pero sobretodo, incremente nuestro mezquino Producto Interno Bruto.

Porque solo con acuerdos, y una política de unidad como la venidera, se podrá trasformar el marco legal tan limitante en los últimos años y esperar de nuestro México, lo mejor.


Ever Sánchez Rodríguez

viernes, 9 de noviembre de 2012

El Dueño Americano

Todos en estos últimos días –aunque con sus excepciones- se mantuvieron fervientemente a la espera de los resultados presidenciales de una nación ajena, pero a la vez intrínseca a nuestra vida económica-política. Tal cual si fuesen aguerridos reporteros esperando la entrevista de un personaje que dará la noticia y la dará en primera plana.

Y el hecho no era para más, puesto que se esperaban las elecciones presidenciales más reñidas de los últimos 20 años en Estados Unidos, las apuestas claramente divididas daban “parecer” que las aspiraciones de reelección del actual presidente Obama poco a poco caían en un abismo profundo e incierto. Era de esperarse que cualquiera de los dos candidatos (Barack Obama y Mitt Romney) resultaría victorioso.
 
Para bien popular, el mismo día de las elecciones generales en Estados Unidos ya se conocía un ganador; Barack Hussein Obama, primer presidente afroamericano de EU era elegido por segunda y constitucionalmente última ocasión. Y digo para bien popular porque afortunadamente en este último proceso electoral prevaleció, de principio a fin, el sentir del pueblo, una emoción que en la caducada y desprovista “Democracia” americana, no en todas sus facetas históricas a resultado favorecida. –Cabe mencionar un ejemplo contemporáneo en el 2000, donde el aspirante del partido demócrata Al Gore obtuvo la mayoría de los votos populares, pero el republicano George W. Bush ganó la presidencia.-
 
Es necesario hablar entonces, del sistema electoral norteamericano, –que nada tiene de presumible y mucho de defectuoso-. Sus principios se remontan a aquellos idearios que consumaron la independencia en Estados Unidos (1787), pensamientos con, sí, un alto contenido nacionalista pero escasos de identidad popular, la desconfianza en aquellas épocas sobre su población era evidente, no podían tolerar en el supuesto democrático la llegada de otro individuo que instaurara sus propias leyes y estas fueran ajenas al interés nacional. Bajo la anterior premisa, fue así como establecieron un sistema de Democracia indirecta conformada en cada estado por “Colegios Electorales”, que representan proporcionalmente su población y quienes finalmente dan el veredicto. –Habrá que aceptarlo, este sistema en principio funcionó de una manera eficaz y reguladora, tanto que la nación emergente de las barras y las estrellas pronto se convirtió en una potencia económica y militar reconocida y  temida por los demás países del globo.-
 
Pero además de su sistema de voto indirecto, basado en un grupo de representación proporcional demasiado longevo e irrelevante, el sistema electoral estadounidense presenta evidentes brechas jurídicas, una de las más graves; es posible adquirir financiamiento de privados, de lo que deducimos la posibilidad de gastar en campaña ilimitadamente. Hacen pues, de este tipo de proceso un sistema político al que he tenido a bien llamar: “capitalcracia” –habrá que registrarlo-
 
Y precisamente de este novedoso sistema político, es donde lamentablemente resultan beneficiadas las cúpulas del poder económico en ese país, los cientos de intereses de expansión productiva invierten una cantidad exorbitante para su futuro presidenciable, es así, como el aspirante al ejecutivo federal inconsciente –o conscientemente- crea lazos de compromiso a la “gran corporación”, su deber, una vez en el poder; brindar al capitalista los medios necesarios para la instalación y/o expansión en el mercado, después, ofrecer una amplia gama para la evasión fiscal, –de ahí el grave problema de déficit público conocido recientemente como “precipicio fiscal” que podría agravar la recesión estadounidense.-
 
En lo sucesivo, es cuando este problema deja ser de incumbencia ajena y se transforma a mi jurisdicción como aspirante al estudio de la ciencia política, mi labor; evidenciar las deficiencias del sistema electoral estadounidense que se relaciona –para mal- con la vida pública de México, porque lo que pasa en el país vecino, nuestro estado “soberano” reacciona como una especie de organismo circundante y heterótrofo.
 
El deber ser implica una infinidad de factores,  el más importante –casi divino; suponer una reforma al sistema caducado de votación presidencial y legislativo en Estados Unidos y otro casi o igual de utópico; minimizar la dependencia económica, política y social de aquel país con el nuestro.
Lo que fuere, existe una realidad mientras que el control hegemónico mundial continúe: Estados Unidos es la nación más poderosa y su presidente el hombre más poderoso del mundo.
 
Ever Sánchez Rodríguez