Todos
en estos últimos días –aunque con sus excepciones- se mantuvieron fervientemente a la espera de los resultados presidenciales de una nación ajena, pero a la vez intrínseca a nuestra vida económica-política. Tal cual si fuesen aguerridos reporteros esperando la entrevista de un personaje que dará la noticia y la dará en primera plana.
Y el hecho no era para más, puesto que se esperaban las elecciones presidenciales más reñidas de los últimos 20 años en Estados Unidos, las apuestas claramente divididas daban “parecer” que las aspiraciones de reelección del actual presidente Obama poco a poco caían en un abismo profundo e incierto. Era de esperarse que cualquiera de los dos candidatos (Barack Obama y Mitt Romney) resultaría victorioso.
Y el hecho no era para más, puesto que se esperaban las elecciones presidenciales más reñidas de los últimos 20 años en Estados Unidos, las apuestas claramente divididas daban “parecer” que las aspiraciones de reelección del actual presidente Obama poco a poco caían en un abismo profundo e incierto. Era de esperarse que cualquiera de los dos candidatos (Barack Obama y Mitt Romney) resultaría victorioso.
Para bien popular,
el mismo día de las elecciones generales en Estados Unidos ya se conocía un
ganador; Barack Hussein Obama, primer presidente afroamericano de EU era
elegido por segunda y constitucionalmente última ocasión. Y digo para bien popular porque afortunadamente en este
último proceso electoral prevaleció, de principio a fin, el sentir del pueblo,
una emoción que en la caducada y desprovista “Democracia” americana, no en
todas sus facetas históricas a resultado favorecida. –Cabe mencionar un ejemplo
contemporáneo en el 2000, donde el aspirante del partido demócrata Al Gore
obtuvo la mayoría de los votos populares,
pero el republicano George W. Bush ganó la presidencia.-
Es necesario hablar entonces, del sistema electoral
norteamericano, –que nada tiene de presumible y mucho de defectuoso-. Sus
principios se remontan a aquellos idearios que consumaron la independencia en
Estados Unidos (1787), pensamientos con, sí, un alto contenido nacionalista
pero escasos de identidad popular, la desconfianza en aquellas épocas sobre su
población era evidente, no podían tolerar en el supuesto democrático la llegada
de otro individuo que instaurara sus propias leyes y estas fueran ajenas al
interés nacional. Bajo la anterior premisa, fue así como establecieron un
sistema de Democracia indirecta conformada en cada estado por “Colegios
Electorales”, que representan proporcionalmente su población y quienes
finalmente dan el veredicto. –Habrá que aceptarlo, este sistema en principio funcionó
de una manera eficaz y reguladora, tanto que la nación emergente de las barras
y las estrellas pronto se convirtió en una potencia económica y militar
reconocida y temida por los demás países
del globo.-
Pero además de su sistema de voto indirecto, basado
en un grupo de representación proporcional demasiado longevo e irrelevante, el
sistema electoral estadounidense presenta evidentes brechas jurídicas, una de
las más graves; es posible adquirir financiamiento de privados, de lo que
deducimos la posibilidad de gastar en campaña ilimitadamente. Hacen pues, de
este tipo de proceso un sistema político al que he tenido a bien llamar: “capitalcracia” –habrá que registrarlo-
Y
precisamente de este novedoso sistema político, es donde lamentablemente
resultan beneficiadas las cúpulas del poder económico en ese país, los cientos
de intereses de expansión productiva invierten una cantidad exorbitante para su
futuro presidenciable, es así, como el aspirante al ejecutivo federal
inconsciente –o conscientemente- crea lazos de compromiso a la “gran
corporación”, su deber, una vez en el poder; brindar al capitalista los medios
necesarios para la instalación y/o expansión en el mercado, después, ofrecer
una amplia gama para la evasión fiscal, –de ahí el grave problema de déficit
público conocido recientemente como “precipicio fiscal” que podría agravar la
recesión estadounidense.-
En lo
sucesivo, es cuando este problema deja ser de incumbencia ajena y se transforma
a mi jurisdicción como aspirante al estudio de la ciencia política, mi labor; evidenciar
las deficiencias del sistema electoral estadounidense que se relaciona –para
mal- con la vida pública de México, porque lo que pasa en el país vecino,
nuestro estado “soberano” reacciona como una especie de organismo circundante y
heterótrofo.
El deber
ser implica una infinidad de factores,
el más importante –casi divino; suponer una reforma al sistema caducado
de votación presidencial y legislativo en Estados Unidos y otro casi o igual de
utópico; minimizar la dependencia económica, política y social de aquel país
con el nuestro.
Lo que
fuere, existe una realidad mientras que el control hegemónico mundial continúe:
Estados Unidos es la nación más poderosa y su presidente el hombre más poderoso
del mundo.
Ever Sánchez Rodríguez
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